Adictos a la escritura: Invierno

¡¡Hola, hola!!

¿Cómo están pequeños míos? Yo feliz de estar de vuelta (mentira, cada vez que me voy de viaje sufro una crisis existencial de solo pensar en volver jajaja) pero ya tenía muchas ganas de bloguear.

Además, no solo volví yo de mis vacaciones, ¡sino que volvió Adictos a la escritura y todo es demasiado bello! Por poco no participo, porque hice un excelente trabajo yéndome bien lejos y olvidándome de todo. Pero me bella amiguchi Stef de Mi reflejo en el papel me recordó que hoy era la fecha de entrega y como tenía un relato atravesado en la garganta, decidí hacer el intento. Como realmente estaba luchando porque lo dejara salir, en media horita ya estaba todo listo.

La temática era el invierno, porque en el hemisferio norte siempre se olvidan que acá no es invierno en enero (jamás olvidaré a esa lectora que me discutió a muerte una vez este tema jajaja) y que con 40° no nos inspiramos muuuuucho a escribir sobre frío, calidez y esas cosas bellas. Pero mi relato justo tiene un poco de las dos estaciones, así que no fue mucho problema:



INVIERNO


No son ni las diez de la mañana y ya hace un calor para morirse.

Es el toque característico de nuestras fiestas decembrinas: temperaturas asfixiantes, humedad asesina y vapores de comidas demasiado calóricas para este clima.

Mientras todos nos apilamos en un retaso de sombra, una señora halaga con brío mi pelo. Solo le sonrío porque nunca sé cómo reaccionar a los halagos, pero por dentro le doy la razón: me levanté con el pelo fantástico hoy, tanto que decidí no atarlo, a pesar del bochorno, para ir hasta la puerta del consultorio del médico, a esperar bajo el sol por un par de recetas para mi abuela.

Hay mucha gente y se fijan en mí porque soy joven, porque mi pelo tiene vida propia y porque tengo algo en mi aura que hace que le agrade de sobremanera a los ancianos. Es que solo dos tipos de personas nos amontonamos en un día como aquel en la puerta del consultorio: ancianos que no tienen más alternativa que aventurarse con el calor asesino para obtener la receta a aquel remedio que necesitan con desesperación (o por habito) antes de las fiestas y familiares de ancianos, como yo, que tienen la suerte de que alguien se aventure por ellos para ahorrarles el tedioso momento. Sin embargo, soy la única persona allí con menos de seis décadas. 

La conversación, sumida en sudor, no varía ni cuando la cola avanza y llegan nuevos pacientes a reemplazar a los afortunados que ya se fueron: el calor, por supuesto. La inflación, que crece con la temperatura, aunque el gobierno lo niegue. Los platillos que están preparando para las fiestas, que parecen inmunes a los precios. Reniegos conyugales, teñidos de hilaridad y ternura, de la certeza de que no cambiarían por nada aquellos cuarenta, cincuenta años de matrimonio quejándose de las mismas cosas, del miedo a pronto no tener de que quejarse. De que aquellas quejas se conviertan en una nostálgica anécdota. Y, ni hay que decirlo, la enfermedad, las nanas y ñañas que los llevan a la puerta del consultorio de un médico en víspera de Navidad con cuarenta grados a la sombra y una secretaria horripilante que no nos permite esperar adentro porque "el doctor no está atendiendo".

Todo esto para volver al calor, en un círculo vicioso, como si fuera novedad que en verano la tierra arde.

Siempre odié el verano.

El tufo. La humedad. Los mosquitos. Las charlas banales. Los días perdidos. La hipocresía festiva. Los saludos sudados. La presión baja. La presión más baja. La gente volviéndose loca y llenándolo todo para comprar regalos. La tele mostrando la temperatura creciente en primer plano, con culos enfundados en bikinis en segundo. Las hormonas alterándose con los calores. El pegote sudoroso que comprende la menor muestra de cariño. Las revistas colmando sus titulares de celebridades en parajes paradisíacos a los que la mayoría de nosotros no puede acceder y cuya simple visión provoca solo más calor.

Todo es irritable y más pesado en verano, por eso siempre amé el invierno.

El aire frío. Las bebidas calientes. Libros al lado del fuego y desayunos en la cama mientras llueve por la ventana. Calidez de hogar, abrazos infinitos, bufandas y mejillas sonrojadas. La ciudad gris y desapacible tornándose cálida, narices frías, besos en la Plaza de los Dos Congresos. El viento en el pelo, meriendas llenas de risa, complicidad, sueños y cariño. Naves volando alto hacia el futuro.

Sinónimo de calidez y cosquillas, amplios horizontes y poesía.

O lo amaba, hasta que tres palabras me robaron al invierno.

Y ya no fue risas y planes. Fue lágrimas y mentiras. Fue consciencia de irrelevancia y naves estrelladas. De sueños hechos tiritas. De plazas ventosas y grises. De café amargo y soledad. De ser indispensable, una pieza reemplazable. De haber sido utilizada como un objeto sin emociones ni sentimientos. 

Odio el verano, lo odio con todas mis fuerzas. Pero no puedo tolerar que sea invierno, concluyo mientras por fin toca mi turno y la secretaria hostil y malhumorada me alcanza mis recetas (recetas que en su desgano e indiferencia siempre hace mal), ya no puedo tolerarlo.


No es lo que típicamente escribo y no quería volver al blog con algo tan bajón como esto. Pero consideren a este relato un vómito, un hashtag Soltar, el primer paso para mi súper objetivo del 2017: dejarlos leer más lo que escribo o mis sueños de publicar algún día van a estar en el horno si no dejo que la gente me lea jajaja

Y nos leemos súper prontito ;)

P.D: Les prometí el resultado del concurso Noche de Luz hoy, pero la editorial aún no me responde el mail aprobando a los ganadores, así que no hay nada que yo pueda hacer. Con suerte los conoceremos mañana :D

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2 comentarios

  1. Ay Meli, me encantó :).
    Soy muy de este tipo de escritos en los que el autor se deja su corazón y su alma, olvidándose de los convencionalismos y dejándonos ver algo más de sí. Me gusta mucho el sentimiento que transmites, algo nostálgico, y sobra decir que las ganas de leer algo más de este estilo me sobran, así que si necesitas voluntarios por favor tómame en cuenta jajaja.

    Abracitos.

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  2. Siempre me ha resultado chocante pensar en una navidad veraniega y me ha hecho gracia mientras leía al recordar cuando en Nochevieja me quejaba porque no estábamos a 35 grados.
    Una pena que el invierno le traiga tan malos recuerdos para no poder disfrutarlo.
    Un beso.

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