El verano en el que cazábamos ovnis

 Las noches de verano, mi mamá nos llevaba a cazar ovnis.

Nos cargaba en su Renault 12 celeste a mi hermana, a mi abuela y a mí, junto a cualquiera fuera el primo de turno que se estuviera quedando en casa, y salíamos por andurriales impensados persiguiendo luces en el cielo cargado de estrellas.

Tengo muchísimos primos. Y a principios de los 90 éramos las únicas que teníamos una Pelopincho, así que parte de las vacaciones se pasaban en “lo de la abuela” lo que, ya que vivíamos en el mismo terreno, se traducía en “en lo de la tía Rosi”.

La siesta la pasábamos en lo de la abuela, envueltos en una nube de Flit y encerrados “a lo oscurito” hasta que bajara el sol, aunque ni las modestas persianas de las puertas ni algunos de los agujeros que matizaban el techo altísimo, hacían mucho contra el resplandor de las dos de la tarde.

Jugábamos sin parar en unos pisos de madera resecos y llenos de huecos, que pedían a gritos cera y todos soñábamos con levantar algún día para ver qué tesoros escondían, porque el tío Daniel siempre nos contaba de la multitud de autitos y bolitas que se habían perdido bajo alguna tabla suelta.

Como mis primas más grandes siempre me agarraban los juguetes, un día, jugando a la banda, usé un cuadro de la Virgen de pandereta. Mi prima Flor se enojó y detrás de un largo “Noooo” me dijo que Dios me iba a castigar.

Yo no sabía que Dios castigaba, pero, a partir de ese momento y por todo el resto de mi infancia, ante cada altercado que se me cruzaba me preguntaba si ese sería el castigo que Dios me mandaba por usar a la Virgen de pandereta.

A la tarde, después de la pile, a veces nos dejaban ir a tomar un helado a la vuelta solos y era lo mejor. Nos sentábamos en una mesa al sol y hacíamos un enchastre entre grititos y carcajadas, y cuestionábamos anonadados a mi prima Gime porque no le gustaba el helado, aunque a veces se pedía uno de palito, y de todas formas nos acompañaba siempre porque era la más grande.

A la tardecita jugábamos en la vereda y las calles siempre estaban sembradas de, una de dos, sapitos o cascarudos. Y cuando digo sembradas es SEMBRADAS. Nunca más volví a ver tal invasión. Yo prefería a los cascarudos, porque los sapitos me daban asco. Además, me daban pena los “plit, plit, plit” cada vez que pasaba un auto e inevitablemente reventaba un montón. Al día siguiente las calles eran siempre un cementerio de sapitos o de cascarudos, pero los cascarudos me daban menos lástima porque parecían menos vivos.

Éramos adictos a la escondida, pero si estaba cierto primo no se podía jugar porque siempre arruinaba el juego quedándose atrás del que contaba y, en cuanto este se daba vuelta, él picaba para todos los compas. Lo que dejaba de ser divertido después de las cinco o seis veces, especialmente para el que contaba.

Después de unos panchos, llegaba el momento que más esperábamos: salir a cazar ovnis.

Mi primo Pablo siempre fue bastante geek, así que él iba adelante anonadado, colgando de la ventanilla del acompañante y señalando luces. Él era el más grande de todos, ya andaría por los 13 o 14, y estaba obsesionado con los aliens, tanto que estaba escribiendo un libro y eso era i m p o r t a n t í s i m o. (Lo leí en mi adolescencia, realmente un librazo).

Perseguíamos luces por la laguna o por los campos y alrededores, porque en el pueblo no era divertido. Llevábamos las ventanillas abiertas de par en par y escuchábamos sin variar Amistades peligrosas, Donato y Stefano y Sergio Denis, porque mi mamá todavía no se había obsesionado con Chayanne.

A mí me daba un poquito de susto porque estaba segura de que íbamos a encontrarnos con un alien feo al final del camino y rogaba que se atrasara el encuentro. Además, si estaba mi primo Facu, me iba contando bajito cuentos de miedo. Pero a la vez me encantaba y no veía la hora de que pasara. De que la próxima luz escurridiza fuera finalmente una nave.

La noche de la que no nos olvidamos nunca, y a la que inexorablemente sacamos a relucir para reírnos en cada Navidad en familia, fue la noche en la que llegamos hasta los pies de “la nave”.

“¡Allá!”, gritó mi primo Pablo y al final del bulevar, casi llegando al Puente de Bruno, una luz más brillante que la estrella de Belén parecía indicarnos el camino. Terror en la panza. Felicidad en los labios. Asustada, pero sin decir ni pío. Fuimos en dos ruedas, con mi primo colgando de la ventana para no perderla. Hasta que llegamos y entre risas y una cacofonía de “pero qué boludosssss”, nos quedamos un buen rato contemplando a la antena nueva que habían levantado vaya uno a saber cuándo.


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LECTURAS RECOMENDADAS:


Boy, Roald Dahl
La primera parte de la autobiografía del autor de clásicos infantiles que todos amamos, como Matilda y Charlie en la fabrica de chocolates, es una absoluta delicia que nos lleva de la mano a una infancia dificilísima, pero llena de magia e imaginación. Imperdible, completamente valiosa. RESEÑA.



Secretos de familia, Graciela Beatriz Cabal
Otra autobiografía, esta vez la autora le da voz a su niña pasada para llevarnos al corazón de su infancia en la Buenos Aires de mediados del siglo pasado. Una absoluta joya. No hay otra palabra. Esta seguidilla de travesuras y anécdotas se sienten increíblemente familiares, especialmente para aquellos que crecimos muy unidos a nuestros abuelos y tíos más viejitos. Amor absoluto. RESEÑA


Los reyes del mundo, Eduardo Sacheri
A través de distintos relatos, el autor comparte aventuras y travesuras de su infancia, esta vez una infancia mucho más cercana a nosotros, con la que varios nos sentimos profundamente identificados, pues algunas cosas nunca cambian. Un libro divertido pero, por sobre todas las cosas, hermoso. La infancia misma. RESEÑA.


BONUS: una canción

Seven de Taylor Swift
Aunque es una canción triste, creo que Taylor hizo un trabajo estupendo capturando los veranos de la infancia en este tema. No solo en la letra, sino también en la melodía. Es preciosa, para ponerte nostálgico y cantar a los gritos.

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El final del verano me pone inexorablemente nostálgica, incluso cuando el otoño es mi estación preferida. Que se acorten los días, que vuelva el frío, que los días perezosos de sol y buen clima se vayan acabando, me cala un poco el alma desde que tengo memoria.

Así que en este primer domingo de otoño, perfecto y disfrutable, decidí arrancar con esta sección sin nombre fijo, que vengo masticando hace un año. Siempre va a ser así: una reflexión personal sobre x tema y recursos para que ustedes también se inspiren y compartan sus reflexiones o escritos al respecto.
Espero que les guste tanto como a mí y quedan invitadísimos a contarme sobre los veranos de su infancia.

¡Abrazos!

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2 comentarios

  1. Hola, Meli! Hace tiempo que no me pasaba por tu blog y ya extrañaba.¡Pero qué hermoso post! Tan lleno de nostalgia y memorias, ha sido realmente lindo que compartieras estos recuerdos on nosotros, en especial, de tu infancia, que son tan soft. Me encantó lo de jugar con tus primos y demás, y cómo eso de los sapos jaja. Increíbles historias, me hiciste también reordar mi infancia :'). Respecto a los libros, el año pasado leí Boy y me encantó, un libro duro pero divertido a la vez, Roald Dahl si que sabe contar historias, los demás no los conocía pero igual me los notó. Also, Seven, great song

    Besos y nos leemos

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  2. Que hermoso post! Desde principio a fin sentí una nostalgia tremenda, pese a no haber varias de las cosas que describiste.
    Besos!

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